Aguafuerte, una novela de Simón Soto

En el corazón de Aguafuerte, la más reciente novela del escritor chileno Simón Soto, habita un elemento de significado que se asemeja a Pynchon y Bolaño, tal como grandes segmentos se emparentan con la prosa de Cormac McCarthy.

En 1914, hace ya un siglo y una década, y un par de años antes de que en los Estados Unidos comenzara el periodo modernista en literatura, Margaret Ashmun escribió un libro llamado Modern Short Stories donde sostenía que lo esencial para el ritmo narrativo era el balance entre la narración, la descripción y el diálogo. Medio siglo más tarde la Narratología Francesa descubriría que el tiempo de lectura y el tiempo del relato dependían de estos tres elementos en balance. 

En sencillo: los segmentos narrativos del texto avanzan más rápido que la lectura —en solo unos párrafos el tiempo de la historia puede avanzar años, décadas o siglos—; en los segmentos descriptivos el tiempo de la lectura es mayor al tiempo del relato —una escena o toma en el texto puede tardarse en leer varios minutos, y eso es lo que hace tan lentas las lecturas de las novelas del siglo XIX que abundan en descripciones—; finalmente, en los segmentos dialógicos el tiempo de la lectura es igual al tiempo del relato —mientras los personajes dialogan lo que se lee es igual al diálogo—.

Esto hace que los textos puedan apretar una cámara lenta (en las descripciones), una cámara rápida (en las narraciones) o una cámara en velocidad normal (en los diálogos) y quienes escriben pueden hacer ⏭ o ⏯. El tejido con que se construyen las novelas depende de la habilidad del escritor para armonizar estos elementos e ir haciendo cambios de ritmo que hagan la lectura fluida o detenida alternadamente de modo que la experiencia de lectura, lo que Rolf Zwaan llama la “inmersión de la lectura” resulten significativas para la lectora o el lector.

Y eso es lo que logra realizar Simón Soto en su novela Aguafuerte (Planeta, 2023) con inusual maestría.

En una primera parte vertiginosa, los diálogos y la narración dominan la escena, al relatar acontecimientos de la Guerra del Pacífico novelados. Uno no se detiene en la lectura que avanza como tomas en montaje, y accede a una experiencia que es incluso cinematográfica.

Esto resulta precedido por un preámbulo más descriptivo que sienta las bases del corazón conceptual de la novela, al discutir en manera ensayística, pero más que nada declamatoria religiosa —o antirreligiosa— la naturaleza del universo y el papel del dios cristiano en el devenir de la historia y de los hombres.

Luego, en las secciones ulteriores de la novela, el ritmo se hace más pausado, disolviéndose los diálogos en un estilo indirecto libre que aminoran el vértigo del proceso lector y así permiten profundizar en la tonalidad estética de la obra.

Soto se ha dado maña para articular estos elementos a la manera ashmuniana y de reconstruir la época y los eventos a los que se refiere con una prosa que dialoga con los modos de escritura de aquellos días, abundando en estructuras y fórmulas del siglo XIX que no se leen anacrónicas como prosa, sino que puestas al servicio del texto complementando los elementos históricos del libro con un temple de ánimo y una redacción que remite a su objeto de trabajo con precisión y soltura.

Pero hay más.

En el corazón de Aguafuerte habita un elemento de significado que no es ni una descripción, ni una narración, ni un diálogo, sino una imagen, un signo, un símbolo.

Este símbolo es un glifo que se asemeja a una “L” y a una “J” y que recuerda al lector o lectora al signo de la trompeta de La Subasta del Lote 49 de Thomas Pynchon —y, si me apuran, con el poema “Sion” que aparece en Los Detectives Salvajes de Roberto Bolaño—, tal como grandes segmentos de la novela de Soto se emparentan con la prosa de Cormac McCarthy.

En este juego de múltiples niveles de significación (semióticos) radica la mayor fuerza de la novela que dispone así de una redacción hipnótica en el tenor de las pesadillas, y que lleva al lector o lectora de la mano a las profundidades del horror de la guerra y del destino humano.

En diálogo también con autores del presente, como Mariana Enríquez, el texto de Soto desborda la anécdota central de su novela, al darle una hondura —no se me ocurre un término de mayor precisión— “metafísica”.

Así, al cerrar la última página de Aguafuerte, queda la sensación de que lo que allí sucede resulta de un calado más trascendente que los hechos contados.

Que el Agua Fuerte está en algún lado, oculta en el corazón mudo del mundo.

Aguafuerte

Ficha: Aguafuerte. Simón Soto. 2023, Planeta. 360 páginas. Dónde comprar




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